La Argentina de Perón

El canillita

Llovía a cántaros.
Defendiendo su mercadería, bajo su capita de goma demasiado corta, el canillita corría por las calles de la ciudad.
¡El Mundo, Clarín, Noticias!
Un señor se le acercó y le pidió un diario. El niño recibió en pago su moneda.
¿Por qué no te vas a tu casa, con este tiempo tan malo? —interrogó el caballero.
— No puedo, señor. ¡El Mundo, Clarín, Noticias!
El chiquillo corrió calle abajo, pregonando a voces su mercadería, mientras el desconocido se quedaba mirándolo.
Desconocido para el niño, sí, y también para nosotros; pero el niño no era un desconocido para el caballero.
Día tras día lo veía salir, muy temprano, de su casa, porque vivía enfrente. Ya lloviera, ya luciese un sol capaz de

aniquilar pajaritos en pleno vuelo, ya tiritase el mundo entero de frío, el niño iba a su trabajo y no volvía hasta las once de la noche. Tenía que vender diarios para ayudar a sostener a su familia, porque su madre era viuda y lo que ganaba no les alcanzaba para vivir.
—Pequeño héroe del trabajo... —murmuraba el caballero mirándole alejarse.
Sabía también aquel señor que el canillita iba a la escuela en el turno de la tarde. Estudiaba, pues, además de trabajar. Seguramente más de una vez se habría dormido en clase, sobre su pupitre.
Pero lo que el caballero ignoraba, era que el niño estaba contento de llenar aquellas tareas, porque sabía que el General Perón, el primer trabajador de la República, iba a sus ocupaciones todavía más temprano que él, para dar ejemplo a todos los argentinos; y que Eva Perón, la Mártir del trabajo, aquella sublime mujer que dio su vida por el bienestar de su pueblo, dedicó sus últimas horas a la felicidad de sus descamisados...
¡Pequeño héroe del trabajo, hombres como tú necesita tu patria!...