Libro de lectura para Cuarto grado (niños de 10 años). Autor: Graciela Albornoz de Videla. Publicado por Editorial Estrada en el año , durante la segunda presidencia de Perón - Páginas 148 y 149.
¡EVITA QUERIDA!
La plaza de Mayo con los faroles cubiertos de crespones, la Bandera Nacional a media asta... las palomas inquietas, desoladas... El reloj del Ministerio de Trabajo y Previsión marcando las 20 y 25 —- hora que nunca olvidarán los argentinos— y en las calles caravanas interminables de muchedumbre nunca vistas.
Todas las flores de los jardines de la patria, y de otras patrias lejanas, estaban allí.
Sollozos contenidos, palabras en voz baja de las ancianas, de los niños, de la mujer, del hombre, plegarias de sus descamisados: ¡Evita querida!
La capilla ardiente —en su Secretaría de Trabajo— en su sobria grandeza, amparada por la imagen de Cristo en la cruz imponiendo la verdad eterna: “¡Señor, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo!”.
Y el desfile bajo la lluvia y el sol, de una a otra noche, de uno a otro amanecer... el desfile que no tenía término, silencioso, verdadero vía crucis, para verla por última vez.
Llegó la tarde del domingo 10 de agosto. —Habían pasado quince días desde aquella noche en que Evita entró en la inmortalidad—. Tarde porteña, radiante de sol, de cielo azul sin una nube, de luz maravillosa...
El pueblo todo estaba allí, desde el más humilde hasta el más alto dignatario. Todos la acompañaron, solidarizándose con el inmenso dolor del Presidente de la Nación.
Sus descamisados la condujeron a pie hasta su última morada: la Casa de los Trabajadores...
Desde arriba, el ataúd, conducido por los descamisados, parecía una enorme flor de pétalos abiertos que pasaba por las calles de la ciudad.
En el cielo, los aviones plateados, como enormes pájaros con sus alas extendidas...
Se escondió el sol, y la inmensa muchedumbre, callada, dolida, estremecida aún por el tronar de los cañones y los acordes de las marchas fúnebres, regresó a sus hogares.
La noche cubrió la ciudad, cubrió los campos, los mares y las montañas de la patria y asomaron las estrellas, titilando asombradas porque entre ellas había una que nunca habían visto, pero que alumbraba con fulgor extraño... y la llamaron ¡Evita!