El tambor de Tacuarí

Amor y fe

Cien hombres con sus esposas y sus hijos —algunos de ellos en brazos de la madre— venían a pie desde Catamarca, para pedir al Cristo del Milagro de la ciudad de Salta, por la salud de Evita.
Conversamos con ellos y nos contaron algunas peripecias de ese viaje. Dos meses habían caminado, durmiendo donde la noche los tomara; bajo el rigor de las heladas o las lluvias. Dos meses de sacrificio, ofrecidos a Dios para que Evita se salvara... Y habían llegado al pie del Cristo del Milagro el 26 de julio a medianoche. Eva había muerto algunas horas antes.

El dolor de los hombres era reconcentrado. Nos miraban sin vernos; hablaban como distantes de sí mismos. No protestaban, pero no se convencian de la verdad. Rezaban y esperaban el milagro. La fe en el Cristo era tan grande, la angustia los oprimía con tal fuerza, que aguardaban ansiosos las noticias de Radio del Estado.
¿Y el desaliento? No podremos recordar los brazos caídos, los ojos apagados, cuando no inundados de lágrimas, sin que un deseo de llorar se nos haga un nudo en la garganta.
El Cristo del Milagro estaba ahí y hasta a su imagen la velaba una sombra.